sábado, 24 de noviembre de 2018

Intercambio de almas

Nibelunga Coyote se debatía entre enterrar su ya profundo egoísmo y no seguir la doctrina de sus ancestros, o seguirla y vivir como siempre. En uno de esos vaivenes ideó un acto altruísta: donaría sangre para los pobres, sin saber que ese plan ya estaba dispuesto por la tradición familiar, aunque con otra intención.
Nibelunga, Nibe para sus acólitas, era una niña bien con exceso de prebendas pero parca en bondades. La máxima de su educación había sido el "todo para mí" y es que el egoísmo de la familia Coyote venía de lejos. Sus antepasados habían conseguido profesionalizar la mezquindad y tenían su propio decálogo que era algo así como diez maneras distintas de decir siempre lo mismo: "los demás no importan".
Nibe era la culminación de esa sabiduría, o al menos eso creían sus padres, abuelos y familiares difuntos con los que tenían contacto a través de la güija alrededor de la cual hacían las atemporales reuniones familiares.
Un mañana de invierno Nibelunga sintió más frío de lo habitual al levantarse, pensó que alguien habría apagado la calefacción, y quiso comprobarlo yendo a la cocina.
La niña, semilla de la ruindad alimentada por su familia, no conocía todas las prácticas oscuras de sus progenitores, que eran la forma que tenían de perpetuar su pensamiento único; y aquella mañana de invierno sería algo más que el frío lo que dejaría helada a Nibelunga.
Nuestra protagonista se levantó envuelta en su bata de lana de alpaca dispuesta a revisar el termostato, cuando oyó voces que provenían de la despensa. Sin asustarse se acercó y pegó la oreja a la puerta, pudiendo distinguir así a casi toda su parentela viva y también a la desaparecida. Como la cocina estaba calentita, decidió quedarse y escuchar aquellos intrigantes parlamentos. Ella ya había presenciado reuniones en torno a la güija en otras ocasiones y en otras dependencias de la casa familiar, pero nunca dentro de la despensa. Los Coyote tenían una despensa hermosa en la que cabían todos.

Lo que Nibelunga pudo escuchar fue lo siguiente:

-Ya es hora que done sangre. Le diremos que será su único acto generoso en la vida y que debe acometerlo como todos lo hemos hecho. Dijo la abuela Eduvigis.
- Pero ¿y si su sangre fuera buena? dijo su madre
- Debemos correr ese riesgo, solo así sembraremos nuestra maldad entre los que reciban su sangre. Vosotros ya no podeis donar más, os conocen y no os quieren. Dictó el tío bisabuelo Severo desde el otro lado.
- Se lo diremos esta noche. Concluyó el abuelo Blas.

Nibelunga, volvió a la cama por un rato porque al poco, decidió cumplir con su cometido e irse directa al ambulatorio a donar su sangre de mala gente. Quería fingir que lo había hecho espontáneamente, para demostrar su pertenencia al clan de indeseables. Así cumpliría con sus desvelos: sería tan mala como su familia esperaba, y donaría sangre a los pobres que era algo en lo que a veces pensaba.
Ya en la camilla de la enfermería Nibelunga se dejó hacer, satisfecha con volver a casa con el deber cumplido, pero algo falló. La niña, simiente del mal, perdió el conocimiento y tuvo que ser reanimada.

- ¡Señorita! ¿está usted bien? ¿está su alma ahí con usted?
Nibelunga se palpó, se sintió completa y deseó que su alma siguiera con ella.
- No se preocupe, parece que lo tengo todo. ¿Está usted bien?
- ¡Váyase que hay más pacientes! - le dijo la enfermera con mala cara

Nibe se fue cabizbaja, dolida por no recibir una atención mejor. Por el camino a su casa se sintió distinta y ayudó a una anciana a cruzar la calle, mientras pensaba qué había cambiado en ella.
Llegó a casa para dar la noticia, pero no la dio para no preocupar por el desmayo. Preparó el desayuno para todos y les comunicó que se iba a unir a una ONG. Su familia no daba crédito: ¿cuál era aquella actitud contraria a sus pautas? ¿qué le había pasado?
Nibelunga se fue tras prepararse un atillo con un tenedor, un vaso de agua plegable y una pastilla de jabón.
Al poco alguién llamó a la puerta de la casa de todos: era la enfermera Eulogia con las muestras de bacterias que había conseguido robar del ambulatorio, como regalo para la familia.

En la foto Eulogia, antes del intercambio; de enfermania.com


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