sábado, 8 de mayo de 2021

Haciendo para no deshacernos

 


Muriel Campobellota se levantó deshecha y le llevó un rato recomponerse. No tenía ilusión para seguir adelante, así que se asomó al balcón de su casa con actitud taciturna y , como era de esperar, se encontró con Gladys, la vecina de enfrente, que solía pedir azúcar a tacitas, y que le preguntó que si conocía a alguien para cuidar a una persona que estaba muy solita. Muriel buscó en su agenda, encontró a Casilda que gozaba del perfil perfecto para romper soledades, anotó su nombre y su teléfono, lo prendió con una pinza del tendal, que compartía con Gladys y se lo hizo llegar. Muriel se recompuso y tiró para adelante pensando que igual la solución era esa y se fue al punto limpio a buscar un pupitre, con rejilla por debajo para posar los ovillos de su labor por si se aburría, y una silla de colegio.

A media tarde Muriel dispuso su nuevo afán en una calle principal, sentada en la sillita que había reciclado, con un cartel: «Doy» pegado al borde del pupitre con el chicle que venía con el lote.

La cola no se hizo esperar, decenas de personas fueron a pedirle algo y ella, diligente, fue encontrando respuesta o pidiéndola a gritos. Pero lo mejor no fue que Muriel dejara de deshacerse y disipara sus desdichas escuchando las ajenas, sino que las personas, que estaban en la fila, hicieron lo mismo hablando entre ellas y pronto todos los entuertos del barrio pasaron a la historia.

Muriel, con la ayuda de Gladys, que se convirtió en su lugarteniente, abrió sucursales de su asociación: «Haciendo para no deshacernos» y contribuyó a hacer del mundo un lugar mejor con un lema monosílabo: «Doy».

A veces es muy fácil.



Fotografía del equipo de Muriel. Fuente: Moon Magazine