sábado, 13 de junio de 2020

Testamento vital

Genoveva Pelunveque, mujer con visión a largo plazo, me ha enviado el siguiente testamento vital (que ella llama “Final para una risueña”, que no me sorprende porque se ríe hasta de sí misma) para que lo divulgue por este Blog y así lo puedan leer sus allegados.
“Me llamo como ustedes ya saben, tengo 66 años y sé que moriré a los 96 por las siguientes razones: no me gusta el número 6, (aunque más de una vez me lo he topado de frente), así que le doy la vuelta y lo convierto en 99, que me parecen demasiados, 69 no son suficientes para todo lo que pienso reírme; por eso me quedo en 96 que es un poco al revés y un algo “no me gusta”, que es como la vida es.
Os lo advierto: hasta esa edad pienso quedarme y hasta entonces seguiré escribiendo tontadas, intentando que crezca la albahaca en mi huerto y pintando corazones en la ventana. Ya sé que no es mucho pero creo que a los 96 ya me habré reído lo suficiente. De eso intento que trate la vida”
Firmado en Las Palmas 12 de junio de 2020
Genoveva Pelunveque

sábado, 6 de junio de 2020

Saliendo del encierro (I)

Gertrudis del Tilo se enfrentó por primera vez al código de barras al comerse una galleta. 

Eran las ocho de la mañana y se disponía a escribir sobre las penas ajenas en su ordenador cuando, al verse reflejada en la pantalla, fue testigo del paso de los años: durante la noche le había crecido un acordeón entre nariz y boca. Y lo peor era que ya podía salir a la calle y todo el mundo se percataría de que durante el encierro había envejecido. Era demasiado, no podía hacer una rentré sabiendo lo que todo el mundo pensaría al verla: «¿habéis visto como está de estropeada Gertrudis?» 

Así que pensó y pensó durante seis semanas hasta que dio con la solución: un tapete cubriría el fruncido o lo que era lo mismo un buen bigote taparía el fatídico indicador del calendario. Gertrudis se confeccionó un bigote con raíces de puerro teñidas con tinta de calamar con tal acierto que pasó por mascarilla. Y , sin que esa fuera su intención, su invento tuvo una repercusión mundial y por todas partes aparecieron bigotes que cubrían pliegues y bocas y hacían de mascarillas. 

El corona virus no soportó el olor a puerro y calamar y murió de asco. Gertrudis pasó a ser conocida como “la última heroína” y todo por una galleta. 

En la foto el primer seguidor masculino de Gertrudis con su bigote-mascarilla (Foto de Tretente https://images.app.goo.gl/s1dGAZv5MiEt6GQC7)


Image: tretente • Los bigotes más graciosos (13 fotos)




sábado, 30 de mayo de 2020

Historias desde el encierro (XI)


Cuentan que durante el encierro Astolfo y su hijo, en la buhardilla en la que vivían, subsistieron a base del alpiste que los vecinos echaban  a las palomas desde las ventanas. Lo hacían dejando caer una sábana de madrugada que luego recogían con el alpiste que había quedado dentro. Cuando el miedo empezó a amainar dejaron su ventanuco abierto más tiempo del acostumbrado y las palomas, avispadas, entraron a buscar el alpiste que les habían robado. Como lo hicieron en tropel y sin orden ni concierto a arramblar con cualquier cosa, acabaron picoteando al padre y al hijo en 24 horas de cruzada aviar.

Era alpiste lo que había en el interior.

sábado, 23 de mayo de 2020

Historias desde el encierro (X)

Virgulino Seco, un hombre con la capacidad de anticiparse a las vicisitudes del ser humano, pensó que el siguiente problema de la humanidad iba a ser “de agendas” por toda la gente que querría verse después del encierro y también por las amistades virtuales, nacidas al albor de las redes sociales, que querrían dejar de serlo. Virgulino reivindicaba el modo de vida de sus antepasados hasta el punto que, harto de internet y afín a la “reconstrucción verde”, ideó un sistema de concierto de citas vía palomas mensajeras que alcanzó tanto éxito, que tuvo que dar cabida en su tropa a una bandada de murciélagos para atender la demanda. Sin embargo, a pesar de su carácter vaticinador, Virgulino no supo anticiparse al siguiente problema de la humanidad: palomas que se creyeron murciélagos y quisieron dar miedo y murciélagos con ínfulas de mensajeros de la paz. Virgulino sentó las bases de un nuevo conflicto mundial.


sábado, 16 de mayo de 2020

Historias desde el encierro (IX)

Filomena, ávida lectora del “Requeteinteresante” creía en la existencia de gemelos para todos y cada uno de los habitantes de la tierra. Durante la pandemia después de ojear los álbumes de la familia, decidió que buscaría a los gemelos de sus ascendientes desaparecidos. Filomena, mujer de misiones, dio con todos ellos a través de las redes sociales en sitios tan dispares como Moscú, Baltimore, Valdepeñas, Roquefort y Río de Janeiro y les convenció de que eran familia. Todos ellos, curiosos y dispuestos a cualquier cosa después del encierro mundial, prometieron viajar a su encuentro en Las Palmas de Gran Canaria.
En el día de la reunión Filomena estaba exultante: “había conseguido reunir a toda su parentela de los siglos XX y XXI” y para presumir de gran familia los llevó a todos de paseo. Sus vecinos, atónitos, le pidieron que hiciera lo mismo con sus seres queridos desaparecidos y Filomena, que no era tonta, abrió un despacho de resurrecciones.
Filomena consiguió una sección fija en el “Requeteinteresante” porque sus descendientes continuaron la tradición de encontrarle reemplazo en este amplio mundo nuestro.
Si es que, por mucho que dure el encierro, no estamos solos.

sábado, 9 de mayo de 2020

HIstorias desde el encierro (VIII)

Mariquita Alforzón lo tenía todo para ser feliz desde el primer día de cuarentena porque su modo de vida había sido ese desde siempre; desde que había perdido a su familia en las rebajas víctima de un dos por uno en lavadoras que la sepultó. Por eso Mariquita solo lavaba a mano y todo lo hacía sola.

Su casa estaba perfectamente organizada en torno a ella misma y sus necesidades: tenía una colmena, huerto, dos gallinas, una vaca, una suscripción vitalicia a telebacalao y una impresora 3D.

Con el estado de alarma ya no se sentía rara ni tampoco sola porque había mucha gente como ella en sus casas y encima, todos los días, podía salir al balcón y saludar y disfrutar de la compañía a distancia, que era lo que ella entendía.
Mariquita recordaba haberse sentido parte de algo con más gente una vez: el día del entierro de su familia, nunca más. Por eso cuando se empezó a hablar de desescalada, de fases, de salir a la calle…se hundió en una honda tristeza porque en unas semanas, volvería a ser la única. La última ermitaña del siglo XXI.
Si es que nunca llueve al gusto de todos.

martes, 5 de mayo de 2020

Historias desde el encierro (VII)

Julia Malaquita estaba muy harta de vivir en la “villa del estruendo” que era como denominaba a su hogar. Julia era una soñadora e imaginaba que su sótano era una villa y que ella era una asesina en serie con un solo propósito: librarse de Boris, el marido que le había tocado porque por soñar tanto, vivía una historia de amor inventada. Su pareja era un loco furioso y ella, ingenua, lo catalogó de artista y así se fue a vivir con él y su arte. Fue un acuerdo tácito entre ambos por el cual él se creía su mentira (la de Julia) y actuaba como enamorado alguna vez y ella tragaba con todo. Cuando llegó la pandemia Julia vio una oportunidad única y pensó en cargarse al artista con el mismo virus. Después de mucho pensar creyó que lo mejor era atraer al bicho poniendo a su marido una corona del Vurjer Quing, que haría de reclamo.
El día señalado para el sacrificio Boris recibió la corona y, aunque Julia esperaba haber invocado al virus, Boris sufrió un deja vu que le devolvió la paz de la infancia. Julia se prendó de su víctima por primera vez. La villa del estruendo ya no existe. Siguen confinados porque nunca más se interesaron por las noticias. Cualquiera no puede ser asesino en serie…. (Foto de la competencia de Vurjer Quing: "imitadores")

miércoles, 29 de abril de 2020

Historias desde el encierro (VI)



Angustias era una peculiar visitadora que, como las plañideras (con una excusa sempiterna para el llanto), tenía siempre una razón para hilvanar tristezas. Allí donde atisbaba una mandíbula temblona, aparecía ella como aderezo imprescindible ante cualquier circunstancia negra. Estaba segura de que la pandemia solo le podría traer cosas buenas y se afanó con esmero en preparar su vestido de luto y su colección de ojeras; como una Miss de concurso de belleza que sabe será el blanco de todas las miradas. Sin embargo cada mañana cuando ponía el pie en el portal (que había dispuesto a modo de despacho) comprobaba que mermaba su aforo, que ya no tenía dos o tres filas de seguidores (ahora enmascarados) aguardándola. “Será por el miedo al contagio” se justificaba ella misma. Pero no era eso, la gente poco a poco había mudado de asunto, ahora: aplaudía desde los balcones, hacía la compra al vecino o daba clase a sus hijos. No les quedaba tiempo para ella.
Angustias comprobó, muy a su pesar, que cuando peor le iba a la gente, peor le iba a ella así que se esperó el final de la cuarentena para que la volvieran a convocar ante los desamores, los partidos de fútbol perdidos, los lápices sin punta, la ropa arrugada, las tijeras perdidas, las comidas quemadas o los suspensos. Dejó de escribir su nombre con mayúscula y esperó tiempos mejores para todos.

sábado, 25 de abril de 2020

Historias desde el encierro (V)

Ludmila Balmón estaba convencida de que la vida tenía dos fines: ser buena y tejer una colcha que llegara a Siberia. Para lo segundo la cuarentena le venía de perlas pero ¿y para lo primero? ¿Cómo seguiría siendo buena encerradita en su buhardilla? Y mientras pensaba, seguía tejiendo y seguía hasta que la manta siberiana inundó su sala, el dormitorio, el baño y se salió por uno de los ventanucos cubriendo las macetas, luego el piso de abajo y así hasta que llegó a la calle “de pura gravedad”. Los vecinos sorprendidos e inicialmente enfadados notaron un cierto calorcito que llevaban tiempo sin sentir porque, con tanto despido, habían tenido que reducir gastos comunes como la calefacción. Así que, en lugar de quejarse, le hicieron un mural de agradecimiento. Ludmila se sintió feliz porque sin cambiar mucho su programa vital, había calentado a un barrio



Historias desde el encierro (IV)




Agapito Buendía tuvo suerte en la vida y su invento: “una localizadora de agujas en pajares”, le hizo millonario. Siendo absolutamente consciente que su riqueza había sido fruto de la casualidad y de la falta de paciencia del ser humano lanzó un reto al planeta en el día trigésimo séptimo día de la cuarentena: donaría el 99% de su fortuna para contribuir a arreglar el mundo si otra persona, millonaria como él, hacía lo mismo. El desafío consistía en, tras la donación, crear juntos una empresa partiendo de casi cero que, además, les enriquecería de nuevo para poder volver a repartir.
El Plan de Agapito era un crecimiento piramidal inverso en el que el fin era dar cada vez más y así remendar la Tierra.
Pasado un largo tiempo, porque Agapito sí tenía paciencia, recibió una carta del Círculo de ricos ricachones:
«Apreciado colega si la práctica  que propones se pusiera de moda: la desigualdad desaparecería y con ella nuestro status de privilegio. No te olvides que gozamos en exceso gracias a la injusticia que sufren los otros. Por esta razón no podemos acompañarte en esta empresa pero, por el contrario, si tuvieses nuevas ideas que incrementasen nuestras fortunas…no nos olvides».
Agapito, optimista patológico, no se amilanó y siguió esperando


jueves, 16 de abril de 2020

Historias desde el encierro (III)

A Estanislao Abubilla, fontanero formado en youtube, le pilló el estado de alarma atrapado dentro de un ascensor. La suerte hizo que no estuviera solo sino junto a Demetria, representante de batidos Bioñamñam que le invitó a comer, a cenar y a desayunar con el extenso muestrario de productos que llevaba consigo. A pesar del estado de insalubridad lamentable que compartieron las seis semanas de encierro, este no coartó el amor que surgió entre ellos en aquella diminuta estancia ni tampoco los sueños que compartieron. Cuando salieron del habitáculo no supieron adaptarse a los espacios amplios así que se mudaron a una cabina telefónica y fueron felices para siempre porque sus sueños no dejaron nunca de crecer. Si es que con amor, el tamaño no importa.


Historias desde el encierro (II)

Romualda Sabonete siempre había querido meterse a monja de clausura pero sus padres anticlericales y leninistas, se lo impidieron siempre con todo tipo de trampas chantajes y zanahorias. Para Romu, «la monja ficticia», la felicidad habría sido vivir apartada del mundo, meditando (la fe no la consideraba imprescindible), cultivando un huerto y leyendo códices antiguos que sospechaba se guardaban en los conventos; pero no cumplió su sueño y se dedicó a la venta de enciclopedias domicilio hasta que la llegada del coronavirus la confinó, como a todo el mundo. Para no aburrirse e inspirada por la vida monacal hizo una compra grandiosa de azúcar, harina y levadura; construyó un gallinero con perchas, pidió gallinas por Amazon y se entretuvo haciendo dulces al estilo conventual. En su plan de negocio no había entrado la distribución así que cuando tuvo la casa llena de dulzura, no supo qué hacer con ella y se la comió. El efecto fue paulatino, un besito al viento, otro a una foto del Dúo Dinámico, un achuchón a las gallinas… y así hasta que se abalanzó hacia la ventana y lanzó tal escalada de besos azucarados que la gente salió a la calle como moscas deseosa de ser besada y dar besos. Desde el día del gran besuqueo hay carteles de Romualda con la leyenda “SE BUSCA” por toda la ciudad. En las fotos sus gallinas atónitas.



Historias desde el encierro (I)

Magdalena Tomillo era .una mujer con la estética de otro tiempo. Su boca era de piñón su tez demasiado clara y su cadera generosa Nadie reparaba en ella y si alguien lo hacía siempre era del mismo sector: el de los nonagenarios nostálgicos de las beldades de postal en blanco y negro. La presencia de Magdalena no llamaba la atención así que un día decidió desaparecer para ver si así alguien preguntaba por ella. De hecho la idea no era suya sino que provenía del diario de la tía bisabuela Emilia que tenía la costumbre de acogerse a periodos de encierro para reaparecer con la belleza de la que, según ella, dotaba la ausencia. Magdalena se encerró el primero de febrero de 2020 con la nevera llena y su bicicleta estática. Se cuidó y perseveró en la incomunicación para más tarde aparecer triunfante y así lo hizo: el nosecuantos de nosequémes se plantó en el portal de su casa para que la viera todo el mundo, pero no vio a nadie. Tampoco había gente en la plaza, ni en la zapatería de sus tíos…Magdalena se había recluido para nada porque todos habían hecho lo mismo. Desesperada volvió a su escondite creyendo que la sabiduría de la tía Emilia era la causa de aquel vacío. Allí lloró porque no tendría público en su reaparición y porque siempre estaría sola. Pero afortunadamente el tiempo hizo su trabajo y un día oyó un vocerío que la animó a abrir las ventanas, las calles estaban llenas otra vez… La foto no es de Magdalena (que no quiso salir porque está llena de canas) sino de su prima Felicísima que hace
honor a su nombre y es feliz hasta bajo llave.