domingo, 10 de junio de 2018

Baldomero Mejillón

Baldomero Mejillón creía en la nada, por creer en algo. Su mayor ambición era llegar a tener el barrigón de su tío Hermelindo cuando llegara a la edad de merecer tal sombra. Baldomero era un hombre de poco soñar y mucho comer, hasta el día que le explicaron que el soñar no costaba dinero; y es que él creía que lo de imaginar era cosa de ricos. Desde aquel instante autorizó el fantaseo a sus emociones y dio cabida a enamorarse, a disfrutar de cosas imposibles como la poesía y los paseos sin rumbo pero con paisaje…Baldomero Mejillón empezó a vivir la vida de la ilusión que antes sintetizaba en un buen estofado de su madre. Se le abrió el mundo de lo impensable, de lo colorido y lo inesperado. Baldomero no se reconocía, así que se cambió el nombre y decidió llamarse Merobaldo, para así regodearse en su nuevo yo sin echar de menos su anterior vida anodina.
Merobaldo cambió de aspecto y de mono azul pasó a túnica de raso. De lampiño a barbado y de bota campera a coturnos. Lo logró, era otro. Solo le faltaba un discurso, un pedestal y una audiencia.
De esta nueva guisa, comenzó a deambular por la avenida marítima como si tal cosa, sintiéndose carne de admiración y égloga, sin ser pastor. Lo que no percibía era que su ejemplo creaba escuela y eran muchas las gentes que, advertidos de su felicidad, decidían seguirle.
Baldomero Mejillón fue el creador de la primera secta altruista con el único fin de hacer soñar y hacer creer que, a veces, los sueños dejaban de serlo.
El lema Merobaldiano: los sueños de lo inimaginable atraen a la buena suerte; solo así, la diosa fortuna se deja caer.

La máquina del retrato, es un invento de Baldomero que, muchas veces, funcionaba.

sábado, 2 de junio de 2018

Dorivaldo e Igualdino

Dorivaldo e Igualdino eran luthier y cantante, respectivamente, y amantes de las flores al alimón. Vivían en el discurso de la mutua complacencia y en la absoluta certeza de su talento; pero no lo tenían. El uno solo vendía violines para atrezzo de fotógrafo y el otro había mantenido a docenas de profesores de canto que no habían despertado a sus cuerdas vocales. Aun así, conservaban la ilusión y, como eran pura simpatía, tenían su corte de acólitos (usuarios de la fama inventada) y seguidores que se reunían con ellos en el Café del Desconcierto. A base de creer lo que no era y nunca sería, habían adoptado cierta pose de triunfo que les granjeaba admiradores del primer minuto y a veces del segundo, pero no más. La frivolidad era su bandera y de ahí no podían pasar, porque eran seguidores de lo superfluo, de lo banal sin consecuencias, del hablar por hablar y del reír por no llorar. No frecuentaban entierros, ni hospitales pero sí bodas , cumpleaños y concursos de belleza. La razón de ser de su existencia era la buena noticia, la carcajada y la frase amable; ante los infortunios salían corriendo o fingían no entender. Dorivaldo e igualdino no conocieron la pena porque la desoyeron continuamente y a fuerza de ese comportamiento esquivo de la realidad, comenzaron a flotar y flotar…hasta que les cubrió una nube.
El retrato me lo envía Juan Eulate, que los conoció una fiesta. Posaron de espaldas, en un inusual arranque de timidez. Una pena, no suelen ser así.