sábado, 30 de mayo de 2020

Historias desde el encierro (XI)


Cuentan que durante el encierro Astolfo y su hijo, en la buhardilla en la que vivían, subsistieron a base del alpiste que los vecinos echaban  a las palomas desde las ventanas. Lo hacían dejando caer una sábana de madrugada que luego recogían con el alpiste que había quedado dentro. Cuando el miedo empezó a amainar dejaron su ventanuco abierto más tiempo del acostumbrado y las palomas, avispadas, entraron a buscar el alpiste que les habían robado. Como lo hicieron en tropel y sin orden ni concierto a arramblar con cualquier cosa, acabaron picoteando al padre y al hijo en 24 horas de cruzada aviar.

Era alpiste lo que había en el interior.

sábado, 23 de mayo de 2020

Historias desde el encierro (X)

Virgulino Seco, un hombre con la capacidad de anticiparse a las vicisitudes del ser humano, pensó que el siguiente problema de la humanidad iba a ser “de agendas” por toda la gente que querría verse después del encierro y también por las amistades virtuales, nacidas al albor de las redes sociales, que querrían dejar de serlo. Virgulino reivindicaba el modo de vida de sus antepasados hasta el punto que, harto de internet y afín a la “reconstrucción verde”, ideó un sistema de concierto de citas vía palomas mensajeras que alcanzó tanto éxito, que tuvo que dar cabida en su tropa a una bandada de murciélagos para atender la demanda. Sin embargo, a pesar de su carácter vaticinador, Virgulino no supo anticiparse al siguiente problema de la humanidad: palomas que se creyeron murciélagos y quisieron dar miedo y murciélagos con ínfulas de mensajeros de la paz. Virgulino sentó las bases de un nuevo conflicto mundial.


sábado, 16 de mayo de 2020

Historias desde el encierro (IX)

Filomena, ávida lectora del “Requeteinteresante” creía en la existencia de gemelos para todos y cada uno de los habitantes de la tierra. Durante la pandemia después de ojear los álbumes de la familia, decidió que buscaría a los gemelos de sus ascendientes desaparecidos. Filomena, mujer de misiones, dio con todos ellos a través de las redes sociales en sitios tan dispares como Moscú, Baltimore, Valdepeñas, Roquefort y Río de Janeiro y les convenció de que eran familia. Todos ellos, curiosos y dispuestos a cualquier cosa después del encierro mundial, prometieron viajar a su encuentro en Las Palmas de Gran Canaria.
En el día de la reunión Filomena estaba exultante: “había conseguido reunir a toda su parentela de los siglos XX y XXI” y para presumir de gran familia los llevó a todos de paseo. Sus vecinos, atónitos, le pidieron que hiciera lo mismo con sus seres queridos desaparecidos y Filomena, que no era tonta, abrió un despacho de resurrecciones.
Filomena consiguió una sección fija en el “Requeteinteresante” porque sus descendientes continuaron la tradición de encontrarle reemplazo en este amplio mundo nuestro.
Si es que, por mucho que dure el encierro, no estamos solos.

sábado, 9 de mayo de 2020

HIstorias desde el encierro (VIII)

Mariquita Alforzón lo tenía todo para ser feliz desde el primer día de cuarentena porque su modo de vida había sido ese desde siempre; desde que había perdido a su familia en las rebajas víctima de un dos por uno en lavadoras que la sepultó. Por eso Mariquita solo lavaba a mano y todo lo hacía sola.

Su casa estaba perfectamente organizada en torno a ella misma y sus necesidades: tenía una colmena, huerto, dos gallinas, una vaca, una suscripción vitalicia a telebacalao y una impresora 3D.

Con el estado de alarma ya no se sentía rara ni tampoco sola porque había mucha gente como ella en sus casas y encima, todos los días, podía salir al balcón y saludar y disfrutar de la compañía a distancia, que era lo que ella entendía.
Mariquita recordaba haberse sentido parte de algo con más gente una vez: el día del entierro de su familia, nunca más. Por eso cuando se empezó a hablar de desescalada, de fases, de salir a la calle…se hundió en una honda tristeza porque en unas semanas, volvería a ser la única. La última ermitaña del siglo XXI.
Si es que nunca llueve al gusto de todos.

martes, 5 de mayo de 2020

Historias desde el encierro (VII)

Julia Malaquita estaba muy harta de vivir en la “villa del estruendo” que era como denominaba a su hogar. Julia era una soñadora e imaginaba que su sótano era una villa y que ella era una asesina en serie con un solo propósito: librarse de Boris, el marido que le había tocado porque por soñar tanto, vivía una historia de amor inventada. Su pareja era un loco furioso y ella, ingenua, lo catalogó de artista y así se fue a vivir con él y su arte. Fue un acuerdo tácito entre ambos por el cual él se creía su mentira (la de Julia) y actuaba como enamorado alguna vez y ella tragaba con todo. Cuando llegó la pandemia Julia vio una oportunidad única y pensó en cargarse al artista con el mismo virus. Después de mucho pensar creyó que lo mejor era atraer al bicho poniendo a su marido una corona del Vurjer Quing, que haría de reclamo.
El día señalado para el sacrificio Boris recibió la corona y, aunque Julia esperaba haber invocado al virus, Boris sufrió un deja vu que le devolvió la paz de la infancia. Julia se prendó de su víctima por primera vez. La villa del estruendo ya no existe. Siguen confinados porque nunca más se interesaron por las noticias. Cualquiera no puede ser asesino en serie…. (Foto de la competencia de Vurjer Quing: "imitadores")