Geo-desgracia, mala suerte y democracia.
Recuerdo hace milenios, en la reunión vecinal que se montaba a la salida de misa, escuchar a una persona adulta: « y a mí me que me importa que se estén muriendo miles de personas en el otro extremo del mundo ahora mismo». Aquello me impactó tanto porque acabábamos de escuchar lo buenos que debíamos ser, que lo sigo recordando más de 40 años después. Esto ya no ocurre y no porque nos importe sino porque nos enteramos de todo a través del aire o las redes sociales, que son casi lo mismo. Hace tiempo que la geo-desgracia es algo cotidiano, lo de que nos importe o no ya es otra cosa.
Ayer murió un emigrante turco que llegó a España con 14 años y creó un imperio de moda sin parangón. Se cayó por un precipicio en una excursión familiar que haría cualquiera. La esposa del último genocida tiene leucemia y aunque reciba el mejor de los tratamientos, siente dolor y miedo por un cáncer. Sigo, que también los hay que se la buscan solos: el dirigente surcoreano que intentó imponer la ley marcial acabará en prisión y otro, que organizó un complot para asesinar a su rival y vencedor de las elecciones en Brasil, va camino del mismo sitio. Muchas tenemos la esperanza de que otras ruindades conocidas se enfrenten a la horma de su zapato y de alguna forma la mala suerte haga su trabajo.
Sin embargo el país más avanzado del mundo ha elegido al líder del egoísmo y la megalomanía como presidente y aunque «con su pan se lo coman», lo cierto es que sufrirán las consecuencias de su ceguera al calentamiento global. Esto nos afectará a todos porque el mundo ya es una sucesión de fichas de dominó que empujan algunos. Todo está conectado, siempre lo estuvo solo que ahora la geo-desgracia está más cerca. Cada paisano que no recicla, que acumula sin tino, que no optimiza el consumo de energía fomenta el caos pensando solo a corto plazo.
La
mala suerte se está democratizando y el supra egoísmo la da alas.