domingo, 10 de noviembre de 2024

 

Observatorio de la codicia

(Hoy no me invento a gente porque estos codiciosos existen)

Desde mi humilde atalaya contemplo el mundo, no porque sea un cóndor sino porque tengo un telescopio de miras amplias y mucho miedo.

Por empezar por algo, hoy inauguro  la galería de codiciosos insignes.

El primero es alguien que nos sorprendió a todos, un hombre que por designio biológico y mandato de un dictador llegó muy alto. Rodado en el  privilegio  sisó  todo lo que pudo desde su magnífico asiento de gran negociador y  salió corriendo cuando el secreto dejó de serlo. Ahora, desde un paisaje de dunas se permite llamar “fundación” a su botín, para que todo quede en casa, en la suya. Nada como tener una mano que entiende el recibir pero muy poco el aportar  a la caja común de los otros, los que no somos regios.

En esta galería brillan los señores feudales que juegan a ensanchar el territorio. Los hay de a poquitos que mueven la valla metálica que rodea  su jardín para quitarle unos centímetros al vecino y lo hacen subrepticiamente, durante la lluvia, la nieve, las vacaciones…pero los hay megalómanos capaces de invadir el país del otro con tanques y armas químicas. Matar por la tierra que no es tuya por el ansia de ser más grande. Elevan la codicia a la excelencia asesinando niños y niñas, que solo querían jugar. La codicia debería dejar de funcionar ante estas atrocidades, pero ahí siguen los señores feudales, apretando botones para acaparar más  tierra.

Termino esta primera galería con el codicioso de la codicia porque querría atesorar  lo imposible: el tiempo que se le acaba. Ante este imponderable se centra en el ahora y el mañana no entra en sus planes. Por eso niega el cambio climático y colabora en descongelar los Polos, quemar bosques, exterminar especies, contaminar el mar; provocar hambrunas…Lo que ocurra tras su muerte no le preocupa.

Este es el más peligroso porque le dice al futuro: no sigas.