Observatorio de la codicia
(Hoy no me invento a gente porque estos codiciosos existen)
Desde mi humilde atalaya contemplo el mundo, no porque sea
un cóndor sino porque tengo un telescopio de miras amplias y mucho miedo.
Por empezar por algo, hoy inauguro la galería de codiciosos insignes.
El primero es alguien que nos sorprendió a todos, un hombre
que por designio biológico y mandato de un dictador llegó muy alto. Rodado en el privilegio sisó todo lo que pudo desde su magnífico asiento de
gran negociador y salió corriendo cuando
el secreto dejó de serlo. Ahora, desde un paisaje de dunas se permite llamar “fundación”
a su botín, para que todo quede en casa, en la suya. Nada como tener una mano que
entiende el recibir pero muy poco el aportar
a la caja común de los otros, los que no somos regios.
En esta galería brillan los señores feudales que juegan a
ensanchar el territorio. Los hay de a poquitos que mueven la valla metálica que
rodea su jardín para quitarle unos centímetros
al vecino y lo hacen subrepticiamente, durante la lluvia, la nieve, las
vacaciones…pero los hay megalómanos capaces de invadir el país del otro con tanques
y armas químicas. Matar por la tierra que no es tuya por el ansia de ser más
grande. Elevan la codicia a la excelencia asesinando niños y niñas, que solo
querían jugar. La codicia debería dejar de funcionar ante estas atrocidades,
pero ahí siguen los señores feudales, apretando botones para acaparar más tierra.
Termino esta primera galería con el codicioso de la codicia
porque querría atesorar lo imposible: el
tiempo que se le acaba. Ante este imponderable se centra en el ahora y el
mañana no entra en sus planes. Por eso niega el cambio climático y colabora en descongelar
los Polos, quemar bosques, exterminar especies, contaminar el mar; provocar
hambrunas…Lo que ocurra tras su muerte no le preocupa.
Este es el más peligroso porque le dice al futuro: no sigas.