Vladimir Melocotón vivía de noche y dormía de día para ahorrar sobre todo en saludos. Vladimir era un hombre tímido y que solo conocía el regocijo de su propia compañía y la del sereno. Vladimir nunca necesitó ganar dinero porque su madre, comechosa como ninguna, le había preparado seis congeladores llenos de comida cocinada para treinta años y, por si acaso, una suscripción vitalicia a bofrost; antes de irse del barrio, como ella decia. El resto de los gastos también los había dejado concertados: el panadero, la luz, el agua, la drogería, la farmacia. Vladimir creía que todo aquel despliegue de su madre lo tenía todo el mundo y no entendía para qué había que ganar dinero. Él solo tenía que llegar al comercio antes de que cerrasen, pronunciar la frase secreta que le había indicado su progenitora: "madre solo hay una" y así averiguar si tenía barra libre. Vladimir siguió empujando la vida, sin llegar a ninguna parte, porque se la habían dejado hecha. Quizás si Obdulia, su madre, le hubiese dejado al menos algo por rematar...
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