domingo, 25 de noviembre de 2018

¿Optimismo, y por qué no?

¿Optimismo, y por qué no?

Es una elección gratuita que se ofrece cada mañana.
Se despierta sonriendo y te dice ¿quieres que me quede contigo?
Si le dices que sí, encontrarás las zapatillas cuando poses los pies en el suelo,el autobús llegará a la vez que tú a la parada , te cruzarás con alguien que te alegrará el día y te ocurrirán un sinfín de cosas buenas.

Si no se lo dices, si le evitas o prefieres pensar que no vale la pena: no te darás cuenta de todo lo bueno que ya te
estará pasando y no encontrarás a tus zapatillas nada más levantarte.

Esto último lo hará para que le valores para que sepas que su compañía es grata, y que puede ser tu pareja tan solo a cambio de tu invitación.

Es alguien que no come, no se cansa casi ni habla.
Solo te sopla al oído: adelante puedes hacerlo, va salir bien no lo dudes…
El optimismo puede ser tu mejor amigo.

sábado, 24 de noviembre de 2018

Intercambio de almas

Nibelunga Coyote se debatía entre enterrar su ya profundo egoísmo y no seguir la doctrina de sus ancestros, o seguirla y vivir como siempre. En uno de esos vaivenes ideó un acto altruísta: donaría sangre para los pobres, sin saber que ese plan ya estaba dispuesto por la tradición familiar, aunque con otra intención.
Nibelunga, Nibe para sus acólitas, era una niña bien con exceso de prebendas pero parca en bondades. La máxima de su educación había sido el "todo para mí" y es que el egoísmo de la familia Coyote venía de lejos. Sus antepasados habían conseguido profesionalizar la mezquindad y tenían su propio decálogo que era algo así como diez maneras distintas de decir siempre lo mismo: "los demás no importan".
Nibe era la culminación de esa sabiduría, o al menos eso creían sus padres, abuelos y familiares difuntos con los que tenían contacto a través de la güija alrededor de la cual hacían las atemporales reuniones familiares.
Un mañana de invierno Nibelunga sintió más frío de lo habitual al levantarse, pensó que alguien habría apagado la calefacción, y quiso comprobarlo yendo a la cocina.
La niña, semilla de la ruindad alimentada por su familia, no conocía todas las prácticas oscuras de sus progenitores, que eran la forma que tenían de perpetuar su pensamiento único; y aquella mañana de invierno sería algo más que el frío lo que dejaría helada a Nibelunga.
Nuestra protagonista se levantó envuelta en su bata de lana de alpaca dispuesta a revisar el termostato, cuando oyó voces que provenían de la despensa. Sin asustarse se acercó y pegó la oreja a la puerta, pudiendo distinguir así a casi toda su parentela viva y también a la desaparecida. Como la cocina estaba calentita, decidió quedarse y escuchar aquellos intrigantes parlamentos. Ella ya había presenciado reuniones en torno a la güija en otras ocasiones y en otras dependencias de la casa familiar, pero nunca dentro de la despensa. Los Coyote tenían una despensa hermosa en la que cabían todos.

Lo que Nibelunga pudo escuchar fue lo siguiente:

-Ya es hora que done sangre. Le diremos que será su único acto generoso en la vida y que debe acometerlo como todos lo hemos hecho. Dijo la abuela Eduvigis.
- Pero ¿y si su sangre fuera buena? dijo su madre
- Debemos correr ese riesgo, solo así sembraremos nuestra maldad entre los que reciban su sangre. Vosotros ya no podeis donar más, os conocen y no os quieren. Dictó el tío bisabuelo Severo desde el otro lado.
- Se lo diremos esta noche. Concluyó el abuelo Blas.

Nibelunga, volvió a la cama por un rato porque al poco, decidió cumplir con su cometido e irse directa al ambulatorio a donar su sangre de mala gente. Quería fingir que lo había hecho espontáneamente, para demostrar su pertenencia al clan de indeseables. Así cumpliría con sus desvelos: sería tan mala como su familia esperaba, y donaría sangre a los pobres que era algo en lo que a veces pensaba.
Ya en la camilla de la enfermería Nibelunga se dejó hacer, satisfecha con volver a casa con el deber cumplido, pero algo falló. La niña, simiente del mal, perdió el conocimiento y tuvo que ser reanimada.

- ¡Señorita! ¿está usted bien? ¿está su alma ahí con usted?
Nibelunga se palpó, se sintió completa y deseó que su alma siguiera con ella.
- No se preocupe, parece que lo tengo todo. ¿Está usted bien?
- ¡Váyase que hay más pacientes! - le dijo la enfermera con mala cara

Nibe se fue cabizbaja, dolida por no recibir una atención mejor. Por el camino a su casa se sintió distinta y ayudó a una anciana a cruzar la calle, mientras pensaba qué había cambiado en ella.
Llegó a casa para dar la noticia, pero no la dio para no preocupar por el desmayo. Preparó el desayuno para todos y les comunicó que se iba a unir a una ONG. Su familia no daba crédito: ¿cuál era aquella actitud contraria a sus pautas? ¿qué le había pasado?
Nibelunga se fue tras prepararse un atillo con un tenedor, un vaso de agua plegable y una pastilla de jabón.
Al poco alguién llamó a la puerta de la casa de todos: era la enfermera Eulogia con las muestras de bacterias que había conseguido robar del ambulatorio, como regalo para la familia.

En la foto Eulogia, antes del intercambio; de enfermania.com


sábado, 17 de noviembre de 2018

Porfiria

Cuando a Porfiria le pasaba que quería sentarse en el tranvía en el mismo asiento que pretendía acaparar otra dama, esta caía rendida ante la deslumbrante simpatía y exultante belleza de Porfiria, y le cedía la plaza sin dudarlo. Por este acopio de virtudes, nuestra protagonista iba sentada siempre, bien porque los caballeros le cedían el sitio o bien porque las señoras se detenían a observarla y al poco, a envidiarla. 

Porfiria había nacido tan bonita que su padre escogió el nombre de Porfiria para compensar tanta belleza. No había niña más regalada en atributos ni más ajena a los mismos. Porfiria vivía en la inopia porque su madre, lista como casi todas, había eliminado los espejos de su casa y le había creado una falsa ilusión al respecto de la imagen que se reflejaba en las lunas de los escaparates de las tiendas: "no eres tú, cariño, tú eres más fea fea que Carracuca". Su madre la había adoctrinado con esa máxima para que no se echara a perder por tantos dones superfluos. Así, la bella Porfiria creció creyéndose fea y anhelando parecerse a la belleza que veía reflejada. Nunca supo de la fortuna que la naturaleza le había concedido porque: su madre, temerosa, le había cortado unas alas que la hubiesen llevado muy lejos, sus hermanas, envidiosas, la borraban de todos los retratos y su padre, celoso,  se encargó siempre de que sus pretendientes tuvieran falta de vista para que Porfiria no conociera el secreto de la familia. 

Todo iba según lo planeado hasta que Porfiria ganó un premio: un viaje en navío a Puerto Limón en Costa Rica que le obligó a sacarse el pasaporte y con él una fotografía. El susto fue tremendo, ella no salía de su asombro: la mujer de los escaparates era ella, las feas eran sus hermanas y no ella. Porfiria lamentó su suerte y los años perdidos en su falsa fealdad, pero, como seguía siendo muy simpática: perdonó a su familia y los empleó a todos en su gabinete de "Usted también puede ser bella: por dentro o por fuera. Déjenos a nosotros que lo averiguaremos", que cerró por exceso de optimismo. En realidad solo se convirtió en millonaria con su "Manualito de belleza oculta" en donde contaba su experiencia y prometía encontrar alguna cosita buena en cada lector porque "todos guardamos algún tesorito, ¿no les parece?" y así finalizaba su obra. La atracción por una historia de injusticia y la cara guapa de Porfiria, la convirtieron en escritora. Si es que nunca se sabe dónde está el talento, cuando lo hay...

En la foto las hermanas y Porfiria, tachada por su propia madre.


domingo, 11 de noviembre de 2018

Melquiades Thorton Bellota

Melquiades Thorton Bellota era coleccionista de encuentros de los otros, no de los suyos porque se emocionaba tanto que no podía soportarlos. Melquiades, era voyeur de reuniones ajenas y se pasaba la vida en el aeropuerto, las estaciones de tren o en los puertos observando como la gente vivía la interrupción de la distancia con sus seres queridos. Melquiades era un sentimental que lloraba cuando los otros estaban a punto de hacerlo y que consolaba a los que, aunque no era su objetivo, se quedaban solos en el punto de encuentro porque el instante mágico de roce de mejillas y abrazos, no se había producido. Él siempre estaba ahí, observando, gimoteando, auxiliando a los des-encontrados..
Melquiades sufría por poderes, por las penas y las alegrías de los otros y, después de sonarse estrepitosamente, solía volver solo a casa. No lo sabía pero había inventado un remedio para el alma fácil de adquirir y que a él, además, le duraba varios días. Con el tiempo él también fue observado y puso de moda el "voayerismo sentimental", se tuvo que colocar asientos para "mirones de la emoción ajena" en todos los lugares susceptibles de encuentro de los que Melquiades ya era usuario. Aquella congregación de "parásitos del desasosiego del otro" llegaron a organizarse y nombraron presidente a Melquiades que ya nunca más pudo observar, ni regodearse en el gozo de reencuentro por el escaso tiempo libre que le dejaba su puesto. Solamente, cuando notaba que su alma clamaba por el remedio, se acercaba al muelle a contemplar lo que para él eran los mejores momentos de la vida y lo hacía escuchando siempre la misma canción.



Canta Gilberto Gil "Aquel abrazo", la canción preferida de Melquiades

https://www.youtube.com/watch?v=62lXNYZ57Uw