sábado, 6 de junio de 2020

Saliendo del encierro (I)

Gertrudis del Tilo se enfrentó por primera vez al código de barras al comerse una galleta. 

Eran las ocho de la mañana y se disponía a escribir sobre las penas ajenas en su ordenador cuando, al verse reflejada en la pantalla, fue testigo del paso de los años: durante la noche le había crecido un acordeón entre nariz y boca. Y lo peor era que ya podía salir a la calle y todo el mundo se percataría de que durante el encierro había envejecido. Era demasiado, no podía hacer una rentré sabiendo lo que todo el mundo pensaría al verla: «¿habéis visto como está de estropeada Gertrudis?» 

Así que pensó y pensó durante seis semanas hasta que dio con la solución: un tapete cubriría el fruncido o lo que era lo mismo un buen bigote taparía el fatídico indicador del calendario. Gertrudis se confeccionó un bigote con raíces de puerro teñidas con tinta de calamar con tal acierto que pasó por mascarilla. Y , sin que esa fuera su intención, su invento tuvo una repercusión mundial y por todas partes aparecieron bigotes que cubrían pliegues y bocas y hacían de mascarillas. 

El corona virus no soportó el olor a puerro y calamar y murió de asco. Gertrudis pasó a ser conocida como “la última heroína” y todo por una galleta. 

En la foto el primer seguidor masculino de Gertrudis con su bigote-mascarilla (Foto de Tretente https://images.app.goo.gl/s1dGAZv5MiEt6GQC7)


Image: tretente • Los bigotes más graciosos (13 fotos)




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