Alalibia Boñiga era secretaria, secretaria de las buenas. De aquellas que hacen del orden un modo de vida y su casa un templo de taxononomías y catálogos. Con el confinamiento se quedó sin trabajo y recaló en un ERTE de tantos. Afín a su esquema mental se dedicó a ordenar y, cuando ya no le quedaron cosas presentes, se dedicó a las perdidas, entre ellas sus ancestros. Como para ello debía estudiar genealogía y no le arredraba el esfuerzo, se afanó y logró el título. Sus pesquisas le condujeron a conocer el pasado artesanal de su familia en la Edad Media en la que fueron conocidos como maestros cesteros. A Alalibia le faltó tiempo para enmendar sus carencias artesanales y, después de agenciarse el material necesario, hizo otro curso y emuló a sus parientes de otro siglo. Cuando tuvo toda la casa clasificada en cestas se dio cuenta de lo bonito que quedaba y comenzó a contárselo a sus amigas que, inicialmente, erraron totalmente el tiro porque no se trataba de vender de cestas sino de descubrir qué ocupaciones habían tenido sus ascendientes para así rescatarlas. Con este afán entre elevado y manual, Alabilia convirtió a sus amigas en guanteras, alfareras y encajeras. Algunas como Margarita elevaron la alfarería a arte y contribuyeron a hacer del mundo un lugar más bonito. Gracias a Alalibia y al confinamiento, numerosos oficios volvieron a estar de actualidad y algún ERTE fue casi una bendición. Si es que nunca se sabe......
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