miércoles, 26 de julio de 2017

Geoffrey Azotea

La gente de éxito, esa a la que se  le han alineado los planetas, camina por la calle esperando ser reconocida y con la mirada procura pleitesía en  los ojos de sus admiradores. Geoffrey Azotea tenía el perfil opuesto; su vida había sido siempre anodina hasta que se topó con el éxito y no supo qué hacer con él. Como descendía de una estirpe de gente corriente, afín únicamente a la suerte cotidiana de barrio, no tuvo a quien pedir consejo y acabó metiendo el éxito en un cajón. Cuando le preguntaban por la gloria alcanzada, hacía como si no fuera con él y comentaba el estado de la mar.
En un día cualquiera Geoffrey se cruzó con un hombre de suerte, de esos de nariz empinada acostumbrado a los avatares de la diosa fortuna, que le ofreció un trueque: el éxito que guardaba en la gaveta a cambio de una ramita de romero. Geoffrey aceptó y como era un hombre de manos abiertas plantó la ramita en el jardín de la plaza del pueblo. El romero se extendió como mala hierba y dio un aroma delicioso al lugar. Todos los vecinos acordaron cambiarle el nombre al jardín y llamarle el de “la Azotea” en un homenaje a Geoffrey que no sabía en dónde meterse.

No hay que guardar a la Suerte en un cajón que luego se transforma en cualquier cosa.

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