Magdalena Santiamén creció rodeada de su abuela, su tía
bisabuela y la cuñada de esta que se había quedado viuda y sola en la vida.
Además la niña tenía que compartir habitación con la abuela Ciriaca cada vez
que esta se desplazaba del campo a la ciudad. La afinidad entre ambas era tal
que finalmente la abuela se quedó para siempre con ellas en la habitación de la
infanta. Para Magdalena el declive que acarreaba el tiempo era una realidad y junto con la soledad, llegó
a convertirse en su máxima preocupación. Se pasó la vida urdiendo cómo escapar
de la soledad en su vejez; irse a vivir
a Japón porque allí se respetaba a las personas mayores más que en Occidente, mudarse
a una pensión o comprarse una casa rural con sus amigas e irse todas juntas al
campo, eran algunas de sus ideas. Pero a ninguno de sus planes parecía venirle
la hora, hasta que se quedó viuda. Magdalena se había casado y había tenido una
hija, Amalia, que no compartía con ella sus preocupaciones porque no había
vivido con abuelas, bisabuelas y demás parentela anciana. Cuando Amalia decidió
trabajar para la Guía Michelin probando menús de restaurantes del mundo entero,
Magdalena se quedó sola y volvió a tramar qué hacer en su cercana vejez para
evitar la temida soledad. Con la casa vacía Magdalena percibía todos los ruidos
del vecindario que durante toda su vida, habían quedado apagados por el
bullicio de tanta mujer en casa. Un vecino había convertido el suelo de su casa
en un billar y el ruido de las bolas era muy cansino. Magdalena era discreta y
no sabía cómo enfrentarse al problema. Fueron años de soportar aquellos juegos
de bolas que además se intensificaban con el silencio nocturno.
Una de esas noches de no dormir por el billar y por la
bolera que había construido, poco después, el vecino de enfrente como venganza, Magdalena
decidió resolver varios de sus problemas a la vez: asesinaría al vecino con una
tarta de zanahorias envenenada y se declararía culpable porque en chirona tendría compañía, y estaba convencida de que haría amigas de su
edad que habrían tenido la misma idea que ella para afrontar la jubilación.
Todo salió a pedir de boca y Magdalena acabó en una celda de una cárcel
femenina en donde efectivamente había mujeres que, como ella, habían encontrado
en la cárcel el mejor plan de pensiones. Magdalena habría dado en el clavo sino
fuera porque su vecina de la celda contigua sufriera de insomnio y habiendo
sido una gran bailarina de claqué aun guardaba sus zapatos de suela de metal y
no paraba quieta. Magdalena se olvidó de la vejez, la soledad y empezó a soñar
con algo que el pasado inmediato no parecía
difícil de alcanzar, el silencio. Magdalena Santiamén no pudo ser feliz y
disfrutar de su ansiado y planificado retiro. A veces los planes perfectos
fallan en alguna página. ©
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