Verónico Bayeta había llegado lejos profesionalmente porque,
a lo largo de su vida, se le habían alineado los planetas, con insistencia, media
docena de veces. La fortuna acompañaba los días de nuestro isleño. Su familia, oriunda de un
pueblecito de pescadores de una isla Atlántica, le perdió la vista porque
Verónico se cambió el nombre en cuanto percibió la originalidad del suyo. En la
universidad, a donde pudo acudir becado por la cofradía del pulpo de su pueblo,
pasó a ser Nico Balleta, casi italiano. Era brillante, agudo y sabía estar en
el sitio preciso y en la hoja justa, el éxito no se le resistió y llegó a
presidente de una gran empresa. Todo parecía ir bien hasta el día en el que fue
invitado a la inauguración de un acuario y, cuando se plantó frente a tanta referencia a su tierra, se puso a llorar y a llorar con tal caudal de lágrimas, que se
deshidrató y murió hecho un calamar seco. Para rematar el desaguisado nadie
acudió a su funeral porque al publicar la esquela no se pusieron de acuerdo en el
verdadero nombre del finado y decidieron mencionarle con un “ni para ti ni para
mí” o sea Verónico Balleta, alguien inexistente tanto como exitoso hombre de
negocios como lugareño de un islote en el océano. Verónico no tuvo despedida,
murió hecho una mojama y las flores que había enviado su empresa a Nico Balleta,
se quedaron en el camión de reparto al no dar con el titular del sepelio.
Se puede llegar a ser mucho y morir siendo nadie de forma inmerecida. La vida, que va por libre y hace lo que le viene en gana con cualquiera. ©
Se puede llegar a ser mucho y morir siendo nadie de forma inmerecida. La vida, que va por libre y hace lo que le viene en gana con cualquiera. ©
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