miércoles, 2 de mayo de 2018

Torcuata Ciénaga

Torcuata Ciénaga era una mujer sencilla con una única obsesión: localizar al niño malo del parque de su infancia, retenido en su memoria por lo mucho que le había hecho sufrir. Recordaba perfectamente utilizar a su abuelo de parapeto, subida en los bancos de piedra. Aquellos bancos la hacían sentirse invencible porque terminaban en dos volutas que a ella le daban fuerza. Subida en aquellas plataformas pétreas, resguardada por la espalda de su abuelo y con el poder de las caracolas que ostentaba el banco, Torcuata se enfrentaba a aquel niño con la mirada y con nada más. Por culpa de aquel mequetrefe no podía columpiarse, recoger las bayas del ficus ni correr entre los árboles, él la estaba siempre observando y ella le tenía miedo. Aquella experiencia semanal de su infancia marcó su madurez y siempre, en cualquier circunstancia, buscaba a la persona que le pondría la zancadilla y la haría infeliz. La desconfianza fue su bandera y así se perdió muchas cosas buenas, intentando reencontrarse con el niño malo del parque y saldar la cuenta de terror que había sufrido de niña.

Con los años el recelo se afianzo en su rostro y le hizo brotar un seto que le juntó las cejas y le nubló las entendederas. Las pestañas se enredaron en la maraña cejijunta y ya no pudo dormir bajando los párpados sino subiendo los de abajo como un anfibio. La suspicacia anidada en su alma le desbarató la cara y como los transeúntes salían corriendo cuando se cruzaban con semejante beldad, ya no necesitó pensar en zancadillas, sino en no caerse sola.©


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