sábado, 9 de mayo de 2020

HIstorias desde el encierro (VIII)

Mariquita Alforzón lo tenía todo para ser feliz desde el primer día de cuarentena porque su modo de vida había sido ese desde siempre; desde que había perdido a su familia en las rebajas víctima de un dos por uno en lavadoras que la sepultó. Por eso Mariquita solo lavaba a mano y todo lo hacía sola.

Su casa estaba perfectamente organizada en torno a ella misma y sus necesidades: tenía una colmena, huerto, dos gallinas, una vaca, una suscripción vitalicia a telebacalao y una impresora 3D.

Con el estado de alarma ya no se sentía rara ni tampoco sola porque había mucha gente como ella en sus casas y encima, todos los días, podía salir al balcón y saludar y disfrutar de la compañía a distancia, que era lo que ella entendía.
Mariquita recordaba haberse sentido parte de algo con más gente una vez: el día del entierro de su familia, nunca más. Por eso cuando se empezó a hablar de desescalada, de fases, de salir a la calle…se hundió en una honda tristeza porque en unas semanas, volvería a ser la única. La última ermitaña del siglo XXI.
Si es que nunca llueve al gusto de todos.

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