Cintia Gorrínez cuidaba
cerdos y nunca había entendido porqué le habían puesto un nombre tan poético.
Solo pudo atar cabos cuando cayó en sus manos un recopilatorio de poemas que la
dejó sin habla. Entonces comprendió que lo de los puercos no encajaba con su
destino. Ella tenía un alma lírica y no un alma granjera.
Expedito Sacromonte era
el mecanógrafo perfecto, limpio, medido en sus palabras y de sonrisa escasa.
Toda aquella facha se diluía los sábados por la noche cuando olvidaba la
pulcritud y el buen gusto y se dedicaba a competir en concursos de
tragaldabas. En esos certámenes Expedito se convertía en el más guarro, en el
que más comida podía comer con las manos y más borracho podía terminar.
Expedito vencía siempre, aunque acabara debajo de la mesa.
Nicanora Botijo era
inspectora de alcantarillas. Cada mañana se enfundaba su mono naranja fosforito
con su linterna en la frente y las botas de caucho, para internarse en los
corredores del interior de su ciudad. A eso de las seis de la tarde se escapaba
por una de las salidas de la cloaca, dejaba su atuendo dentro de una
boca de incendios abandonada y se intentaba colar en la Escuela de Bellas Artes
para presentarse al puesto de modelo al desnudo. Esa era su ilusión aunque no había
forma de que la dejasen avanzar más allá de la puerta por el olor que traía de
su oficina, las galerías que constituían su modo de vida.
Los tres ansiaban algo
que no identificaban y los tres se cruzaron con un anuncio de “Terapia contra
las malas elecciones” al que acudieron con ilusión. Allí aprendieron que un
cambio era posible y que solo había que tener visión, paciencia y sobretodo
trazar un plan. Se hicieron amigos e intercambiaron sus pesares. Fueron
horas de hablar sin orden, de escuchar ilusiones y disparates hasta que el
cuarto alumno de la terapia: Braulio Naftalina, un fontanero que hubiese
querido ser escritor de epitafios, dio una idea.
— ¿Y por qué no fundamos una “agencia de permuta de
trabajos”? Quizás haya un escritor de epitafios que quiera ser fontanero.
— O una poetisa que quiera cuidar cerdos, ¿quién
sabe?
— ¿Creéis que existirá un probador de comidas que
prefiera ser mecanógrafo?
— Lo mío ya me resulta más remoto, ¿una modelo de
artistas que prefiera visitar alcantarillas?
— No lo sabremos si no lo ponemos en marcha, dijo
Braulio.
La empresa empezó a
funcionar recibiendo muchas cartas de gente descontenta que quería cambiar de
ocupación. Lo entretenido era emparejar la oferta con la demanda. Lo
consiguieron, el negocio fue un éxito y todos ellos consiguieron la felicidad
laboral. Lo siguiente fue fundar la agencia de intercambio de parejas, luego de
familias, de viviendas…Solo tocaron fondo cuando intentaron permutar la suerte.
Hasta ahí habían llegado.
©
(Nota: Braulio
Naftalina, sacó la foto)