lunes, 11 de septiembre de 2017

Terapia contra las malas elecciones

Cintia Gorrínez cuidaba cerdos y nunca había entendido porqué le habían puesto un nombre tan poético. Solo pudo atar cabos cuando cayó en sus manos un recopilatorio de poemas que la dejó sin habla. Entonces comprendió que lo de los puercos no encajaba con su destino. Ella tenía un alma lírica y no un alma granjera.
Expedito Sacromonte era el mecanógrafo perfecto, limpio, medido en sus palabras y de sonrisa escasa. Toda aquella facha se diluía los sábados por la noche cuando olvidaba la pulcritud y el buen gusto y se dedicaba  a competir en concursos de tragaldabas. En esos certámenes Expedito se convertía en el más guarro, en el que más comida podía comer con las manos y más borracho podía terminar. Expedito vencía siempre, aunque acabara debajo de la mesa.
Nicanora Botijo era inspectora de alcantarillas. Cada mañana se enfundaba su mono naranja fosforito con su linterna en la frente y las botas de caucho, para internarse en los corredores del interior de su ciudad. A eso de las seis de la tarde se escapaba por una de las salidas de la cloaca, dejaba su atuendo dentro de una boca de incendios abandonada y se intentaba colar en la Escuela de Bellas Artes para presentarse al puesto de modelo al desnudo. Esa era su ilusión aunque no había forma de que la dejasen avanzar más allá de la puerta por el olor que traía de su oficina, las galerías que constituían su modo de vida.
Los tres ansiaban algo que no identificaban y los tres se cruzaron con un anuncio de “Terapia contra las malas elecciones” al que acudieron con ilusión. Allí aprendieron que un cambio era posible y que solo había que tener visión, paciencia y sobretodo trazar un plan. Se hicieron amigos e intercambiaron sus pesares. Fueron horas de hablar sin orden, de escuchar ilusiones y disparates hasta que el cuarto alumno de la terapia: Braulio Naftalina, un fontanero que hubiese querido ser escritor de epitafios, dio una idea.

—    ¿Y por qué no fundamos una “agencia de permuta de trabajos”? Quizás haya un escritor de epitafios que quiera ser fontanero.
—    O una poetisa que quiera cuidar cerdos, ¿quién sabe?
—    ¿Creéis que existirá un probador de comidas que prefiera ser mecanógrafo?
—    Lo mío ya me resulta más remoto, ¿una modelo de artistas que prefiera visitar alcantarillas?
—    No lo sabremos si no lo ponemos en marcha, dijo Braulio.

La empresa empezó a funcionar recibiendo muchas cartas de gente descontenta que quería cambiar de ocupación. Lo entretenido era emparejar la oferta con la demanda. Lo consiguieron, el negocio fue un éxito y todos ellos consiguieron la felicidad laboral. Lo siguiente fue fundar la agencia de intercambio de parejas, luego de familias, de viviendas…Solo tocaron fondo cuando intentaron permutar la suerte. Hasta ahí habían llegado.
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(Nota: Braulio Naftalina, sacó la foto)


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