En algún momento de mi vida me he sentido agarrada al ala de un avión que hace lo suyo y va volando. Mis manos aferradas e
indefensas, responsables del resto de mí misma, y mi voluntad contrariada
por no saber a dónde me llevaban, eso sí, los bolsillos, con cremallera, repletos
de promesas. Recuerdo las caras asustadas de otros que iban en globo, sin rumbo
como yo; y la paz de no estar desacompañada.
En otras he conducido hacia dónde yo he querido ir pero por el camino me he encontrado multitud de carteles que me han dicho; “por aquí, no” o “mejor por ese otro lado”. Una sensación de sí, pero no.
En pocas ocasiones, pero en alguna, he llegado a la orilla tras un naufragio. Allí
he sentido el alivio de la tierra firme y la tranquilidad de que nadie me
estaba esperando. Me he incorporado contenta, he gozado del placer de la arena caliente y
me he dejado llevar, a la deriva, por mi voluntad empapada.
No sé cuál de las tres sensaciones prefiero.©
No sé cuál de las tres sensaciones prefiero.©
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