miércoles, 15 de noviembre de 2017

Blasa Rosada en su cumpleaños

Blasa Rosada vivía en un sin vivir desde el primer día del año en el que cumpliría cincuenta años. Empezó a lamentarse desde la mañana siguiente a su 49 aniversario y no dejó de hacerlo hasta 365 días después. Pasó un año de penas y fatigas vinculadas al calendario y se olvidó de casi todo: no se cortó el pelo en un año, no de depiló el bigote, no felicitó ni las Navidades a sus amigas y parientes, no fue al gimnasio y no comió sano porque se acercaba la fecha a partir de la cual, según todas las crónicas negras, comenzaría el declive. Ella, por si acaso, puso de su parte y se afanó en darle la bienvenida a esa parte de su vida en la que todo empezaría a fallar; según le habían confiado sus vecinas, la parentela y las amigas de su madre. Ella misma se simplificó la vida perdiéndose lo mejor.
Sin embargo, a pesar de su plan de contención, y tal como  había presagiado, las cosas empezaron a fallar: en el día de su 50 cumpleaños el facebook la felicitó por haber cumplido solamente 14 primaveras.
"No puede ser" -pensó- y se fue a la ducha después de desayunar un chocolate con tres cucharadas de azúcar; ella que se imaginaba diabética y jamás se comía un caramelo. En la ducha se encontró un champú de Paris Hilton que, ciertamente, no recordaba haber visto antes. Después de secarse abrió el amario para vestirse de funcionaria y no pudo ser; allí solo había modelitos imponibles: falditas mínimas, camisetas con letreros, jerseys para enseñar el ombligo... "Esta no es mi ropa" - pensó- y se arregló como pudo.
Ya en la calle comprobó que no llevaba las llaves del coche pero tenía un abono transportes que no había visto antes en su nueva mochila. Se subió al autobús y vio que la gente la miraba. "Se me notará la edad" - pensó"

Llegó a la oficina o, al menos, creyó hacerlo y al entrar en su despacho se encontró con un aula de Instituto. Su acostumbrado silencio era preso de charlas adolescentes, móviles insaciables, cáscaras de pipas y un profesor que suplicaba silencio y atención. Blasa, ahora Blasita, se dio media vuelta y se tiró a la máquina de café implorando normalidad, pero la máquina no estaba. Bajó al bar y el camarero, gentil, le sirvió un Cola Cao sin preguntar. Superó la mañana escondida debajo de su mesa, ahora pupitre, releyendo el BOE. A la hora de comer, llegó su madre y se fueron a matar el hambre juntas a casa de la tía. Allí le sirvieron un plato de lentejas tamaño barreño con una Mirinda, un filete empanado que se salía del plato y de postre arroz con leche para cuatro. El café, según su madre, no estaba indicado para su edad. Blasita no entendía nada y, a esas alturas, casi no podía moverse. Además le asaltaban dudas ñoñas sobre qué chico le gustaba más o qué ponerse mañana. Su mente se había partido en dos, una era ella y otra ella también pero con 14 años.

Su vida había empeorado por culpa del facebook o ¿por culpa suya?. Blasa se sentó en el borde de una acera a donde acudieron todas sus amigas cercanas a la cincuentena. Entre todas ocupaban toda la Gran Vía.
 - Blasa, cariño ¿qué prefieres, el paso de los años o la vuelta atrás que estás sufriendo?
- ¿A vosotras también os ha pasado?
- Sí, a todas nosotras el facebook nos mandó al pasado, creemos que es un experimento una nueva aplicación del chisme ese del facebook.
- Pues menos mal, pensé que era la única. Oye, ¿hay alguien que se haya quedado?
- No porque todas nos dimos cuenta del gran momento que vivimos, de lo rico que está el vino, de lo bueno que es un café, y otras muchas cosas, en buena compañía y de lo gratificante que es compartir con las amigas de siempre lo vivido y lo que nos queda por vivir, que sigue siendo mucho.©


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