Queridas
Una de las muchas palabras que, para mí, han mudado de
categoría con la edad es “querida”. Antes “querida” era el encabezamiento de
las cartas o el inicio de las oraciones de la infancia, ya no. Ahora dedico mis
escritos a “estimados” y cuando rezo, rezo a la desesperada, sin ningún tipo de
concesión a la cortesía; pero la palabra “querida” sigue ahí, aunque con otra
esencia. La pongo delante del nombre de mis amigas, de mis hermanas y mi
hermano, de toda mi familia de aquí, de allí y de más allá; de las gentes que
me acompañan, me alientan y me sujetan. Rotula los momentos que desearía
repetir, y casi todo lo que me hace feliz que, en esta edad que me toca vivir,
es la mar de diverso. Me hace feliz un café, una charla, un paseo, un encuentro
inesperado o muy deseado, un mensaje, mil carcajadas, una llamada y sobretodo
que alguien me regale un “querida”. Como los que la abuela de Marta sembraba entre sus nietas.
La primera que alguien llamó mi atención sobre este
nuevo matiz, del que los años dotan a la señalada palabra, fue mi tía Flora Arencibia. Ella dice “querida” con toda
la intención, con todas las letras y mucho aliento; y con esa pronunciación
perfecta de la que solo el corazón sabe. Al principio, hace años, me hacía
gracia oírla pero ahora que he llegado su nivel de usuaria, lo prodigo con la
misma sinceridad y elocuencia. Llamo “queridas” a las personas imprescindibles
y me regodeo en ello porque les digo lo que les quiero decir, que lo son, que
me importan, que me encanta que sigan ahí y que ojalá no se vayan nunca.©
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