miércoles, 29 de abril de 2020

Historias desde el encierro (VI)



Angustias era una peculiar visitadora que, como las plañideras (con una excusa sempiterna para el llanto), tenía siempre una razón para hilvanar tristezas. Allí donde atisbaba una mandíbula temblona, aparecía ella como aderezo imprescindible ante cualquier circunstancia negra. Estaba segura de que la pandemia solo le podría traer cosas buenas y se afanó con esmero en preparar su vestido de luto y su colección de ojeras; como una Miss de concurso de belleza que sabe será el blanco de todas las miradas. Sin embargo cada mañana cuando ponía el pie en el portal (que había dispuesto a modo de despacho) comprobaba que mermaba su aforo, que ya no tenía dos o tres filas de seguidores (ahora enmascarados) aguardándola. “Será por el miedo al contagio” se justificaba ella misma. Pero no era eso, la gente poco a poco había mudado de asunto, ahora: aplaudía desde los balcones, hacía la compra al vecino o daba clase a sus hijos. No les quedaba tiempo para ella.
Angustias comprobó, muy a su pesar, que cuando peor le iba a la gente, peor le iba a ella así que se esperó el final de la cuarentena para que la volvieran a convocar ante los desamores, los partidos de fútbol perdidos, los lápices sin punta, la ropa arrugada, las tijeras perdidas, las comidas quemadas o los suspensos. Dejó de escribir su nombre con mayúscula y esperó tiempos mejores para todos.

sábado, 25 de abril de 2020

Historias desde el encierro (V)

Ludmila Balmón estaba convencida de que la vida tenía dos fines: ser buena y tejer una colcha que llegara a Siberia. Para lo segundo la cuarentena le venía de perlas pero ¿y para lo primero? ¿Cómo seguiría siendo buena encerradita en su buhardilla? Y mientras pensaba, seguía tejiendo y seguía hasta que la manta siberiana inundó su sala, el dormitorio, el baño y se salió por uno de los ventanucos cubriendo las macetas, luego el piso de abajo y así hasta que llegó a la calle “de pura gravedad”. Los vecinos sorprendidos e inicialmente enfadados notaron un cierto calorcito que llevaban tiempo sin sentir porque, con tanto despido, habían tenido que reducir gastos comunes como la calefacción. Así que, en lugar de quejarse, le hicieron un mural de agradecimiento. Ludmila se sintió feliz porque sin cambiar mucho su programa vital, había calentado a un barrio



Historias desde el encierro (IV)




Agapito Buendía tuvo suerte en la vida y su invento: “una localizadora de agujas en pajares”, le hizo millonario. Siendo absolutamente consciente que su riqueza había sido fruto de la casualidad y de la falta de paciencia del ser humano lanzó un reto al planeta en el día trigésimo séptimo día de la cuarentena: donaría el 99% de su fortuna para contribuir a arreglar el mundo si otra persona, millonaria como él, hacía lo mismo. El desafío consistía en, tras la donación, crear juntos una empresa partiendo de casi cero que, además, les enriquecería de nuevo para poder volver a repartir.
El Plan de Agapito era un crecimiento piramidal inverso en el que el fin era dar cada vez más y así remendar la Tierra.
Pasado un largo tiempo, porque Agapito sí tenía paciencia, recibió una carta del Círculo de ricos ricachones:
«Apreciado colega si la práctica  que propones se pusiera de moda: la desigualdad desaparecería y con ella nuestro status de privilegio. No te olvides que gozamos en exceso gracias a la injusticia que sufren los otros. Por esta razón no podemos acompañarte en esta empresa pero, por el contrario, si tuvieses nuevas ideas que incrementasen nuestras fortunas…no nos olvides».
Agapito, optimista patológico, no se amilanó y siguió esperando


jueves, 16 de abril de 2020

Historias desde el encierro (III)

A Estanislao Abubilla, fontanero formado en youtube, le pilló el estado de alarma atrapado dentro de un ascensor. La suerte hizo que no estuviera solo sino junto a Demetria, representante de batidos Bioñamñam que le invitó a comer, a cenar y a desayunar con el extenso muestrario de productos que llevaba consigo. A pesar del estado de insalubridad lamentable que compartieron las seis semanas de encierro, este no coartó el amor que surgió entre ellos en aquella diminuta estancia ni tampoco los sueños que compartieron. Cuando salieron del habitáculo no supieron adaptarse a los espacios amplios así que se mudaron a una cabina telefónica y fueron felices para siempre porque sus sueños no dejaron nunca de crecer. Si es que con amor, el tamaño no importa.


Historias desde el encierro (II)

Romualda Sabonete siempre había querido meterse a monja de clausura pero sus padres anticlericales y leninistas, se lo impidieron siempre con todo tipo de trampas chantajes y zanahorias. Para Romu, «la monja ficticia», la felicidad habría sido vivir apartada del mundo, meditando (la fe no la consideraba imprescindible), cultivando un huerto y leyendo códices antiguos que sospechaba se guardaban en los conventos; pero no cumplió su sueño y se dedicó a la venta de enciclopedias domicilio hasta que la llegada del coronavirus la confinó, como a todo el mundo. Para no aburrirse e inspirada por la vida monacal hizo una compra grandiosa de azúcar, harina y levadura; construyó un gallinero con perchas, pidió gallinas por Amazon y se entretuvo haciendo dulces al estilo conventual. En su plan de negocio no había entrado la distribución así que cuando tuvo la casa llena de dulzura, no supo qué hacer con ella y se la comió. El efecto fue paulatino, un besito al viento, otro a una foto del Dúo Dinámico, un achuchón a las gallinas… y así hasta que se abalanzó hacia la ventana y lanzó tal escalada de besos azucarados que la gente salió a la calle como moscas deseosa de ser besada y dar besos. Desde el día del gran besuqueo hay carteles de Romualda con la leyenda “SE BUSCA” por toda la ciudad. En las fotos sus gallinas atónitas.



Historias desde el encierro (I)

Magdalena Tomillo era .una mujer con la estética de otro tiempo. Su boca era de piñón su tez demasiado clara y su cadera generosa Nadie reparaba en ella y si alguien lo hacía siempre era del mismo sector: el de los nonagenarios nostálgicos de las beldades de postal en blanco y negro. La presencia de Magdalena no llamaba la atención así que un día decidió desaparecer para ver si así alguien preguntaba por ella. De hecho la idea no era suya sino que provenía del diario de la tía bisabuela Emilia que tenía la costumbre de acogerse a periodos de encierro para reaparecer con la belleza de la que, según ella, dotaba la ausencia. Magdalena se encerró el primero de febrero de 2020 con la nevera llena y su bicicleta estática. Se cuidó y perseveró en la incomunicación para más tarde aparecer triunfante y así lo hizo: el nosecuantos de nosequémes se plantó en el portal de su casa para que la viera todo el mundo, pero no vio a nadie. Tampoco había gente en la plaza, ni en la zapatería de sus tíos…Magdalena se había recluido para nada porque todos habían hecho lo mismo. Desesperada volvió a su escondite creyendo que la sabiduría de la tía Emilia era la causa de aquel vacío. Allí lloró porque no tendría público en su reaparición y porque siempre estaría sola. Pero afortunadamente el tiempo hizo su trabajo y un día oyó un vocerío que la animó a abrir las ventanas, las calles estaban llenas otra vez… La foto no es de Magdalena (que no quiso salir porque está llena de canas) sino de su prima Felicísima que hace
honor a su nombre y es feliz hasta bajo llave.