Agapito Buendía tuvo suerte en la vida y su invento: “una
localizadora de agujas en pajares”, le hizo millonario. Siendo absolutamente
consciente que su riqueza había sido fruto de la casualidad y de la falta de
paciencia del ser humano lanzó un reto al planeta en el día trigésimo séptimo
día de la cuarentena: donaría el 99% de su fortuna para contribuir a arreglar
el mundo si otra persona, millonaria como él, hacía lo mismo. El desafío
consistía en, tras la donación, crear juntos una empresa partiendo de casi cero
que, además, les enriquecería de nuevo para poder volver a repartir.
El Plan de Agapito era un crecimiento piramidal inverso en el
que el fin era dar cada vez más y así remendar la Tierra.
Pasado un largo tiempo, porque Agapito sí tenía paciencia,
recibió una carta del Círculo de ricos ricachones:
«Apreciado colega si la práctica que propones se pusiera de moda: la desigualdad
desaparecería y con ella nuestro status de privilegio. No te olvides que
gozamos en exceso gracias a la injusticia que sufren los otros. Por esta razón
no podemos acompañarte en esta empresa pero, por el contrario, si tuvieses
nuevas ideas que incrementasen nuestras fortunas…no nos olvides».
Agapito, optimista patológico, no se amilanó y siguió
esperando
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