Pascuala Puchero adoraba la acumulación a discreción y
coleccionaba de todo. Se llevaba a casa las cucharillas del café, las revistas de la peluquería y el dentista, las coronas de flores de los entierros y las cartas ajenas de los
buzones maltrechos del vecindario. Para ella todo tenía valor. Su casa era una
biblioteca, una zapatería, un huerto y una farmacia. Dormía con su galería de
ositos de peluche y se despertaba con docenas de relojes de cuco. Pascuala
tenía una vida llena, tan llena que casi no cabía en ella. Un día no pudo abrir
la puerta para salir de su casa y se quedó dentro. Las estanterías repletas habían
convertido aquel pisito en un búnker y, aunque gritó desesperada el
sonido se ahogó entre tanto artefacto. Como su ansia "almacenadora" no le dejaba tiempo para hacer amigos; nadie la echó en
falta salvo Lutecio, el basurero que adoraba sus bolsitas de basura del tamaño
de un calcetín porque ella no tiraba casi nada. Lutecio tuvo un presentimiento
y acudió a su casa donde forzó la cerradura cuando ella no salió a su
encuentro. Allí se topó con un mercadillo, una subasta, una mercería y en
el medio, haciendo equilibrio sobre un solo pie, a la dueña del arsenal. En aquel
preciso instante el amor se hizo sitio en aquel mundo de coleccionable y Pascuala
y Lutecio se unieron apasionadamente. Lo que no sospechó Lutecio es que él encabezaría
la siguiente colección de su amada. ©
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