Ursuela y Cueta lo tenían todo bien organizado en la vida.
Eran dos hermanas devotas de su soltería y su orden de biblioteca. Vestían de
negro, iban dos veces al día a la iglesia y se repartían a los pobres a los que clasificaban según el tipo de auxilio a prestar. Todo lo hacían con orden y buen juicio. Dos señoras útiles en una ciudad
en la que la última palabra respecto al cotilleo, la tenían ellas. Eran el
trono de sabiduría en lo que respecta al conocimiento sobre la vecindad. Ellas
mismas habían fundado el “Observatorio del chisme cotidiano” y eran muy
requeridas para subsanar entuertos, acertar con los regalos y destrozar
reputaciones. Todas las novedades llamaban a su puerta: quienes arribaban al
puerto, quienes se ennoviaban, las ruinas, los fallecimientos, las desgracias y
las despedidas. Toda la ciudad le tenía el respeto que todo buen observatorio
merecía. Sin embargo, de tanto de vivir en la noticia ajena, comenzaron a
olvidarse de ellas mismas hasta el punto que dejaron de vestir de negro y
empezaron a salir y a hacer cosas que no habían experimentado antes como bailar, divertirse
y reírse a carcajadas. Olvidaron su propio domicilio, cambiaron sus nombres a Fiesta
y Perdición y se fueron a vivir bajo una sombrilla en la playa en donde tampoco
habían estado nunca. Desde allí se les abrió el horizonte de un nuevo negocio “Descalabre
su vida y sea feliz” y lo fueron, fueron muy felices. ©
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