lunes, 14 de agosto de 2017

Rodolfo Zarandaja, Gregorio Pandereta y Rufino Supino

Rodolfo Zarandaja era socio de Gregorio Pandereta. Ambos administraban un negocio turístico nocturno de alquiler de hamacas para baños de luna, que hacía furor. Como no tenían mucha noción financiera admitieron a Rufino Supino, un cuñado que había hecho un curso escuchando la radio. Rufino era el encargado de invertir el caudaloso flujo pecuniario en algo que lo hiciera crecer y lo hizo, invirtió en plumas de gaviota para almohadas de gente de tensión baja que les dio aun mayor ganancia que los baños de luna. Como Rufino constató que su hábil gestión estaba dejando demasiada riqueza a sus cuñados,  optó por una contabilidad oculta en la que invertía en negocios de mayor riesgo y, si salía bien, engrosaban su cuenta personal. Cuando no salía tan bien, repartía la pérdida. La cuenta que mejor iba era la de la avaricia de Rufino que no conocía límite y quiso ganar más y más para lo que necesitó nuevos inversores en su negocio de aves de plumas saladas. Con este nuevo grupo de optimistas hizo lo mismo, les rindió cuentas parcialmente porque buena parte iba a su bolsillo. Una vez que Rufino tuvo a toda la ciudad metida en su negocio de mentiras, dio el salto a otra ciudad, luego a otra y cuando percibió que el número de incautos mermaba, se metió en política. Allí para su decepción comprobó que su estrategia ya estaba inventada y puesta en marcha por sus nuevos colegas. La diferencia era que la inversión eran los votos y la ganancia distribuida era la alucinación de que el país iba bien. La ganancia no repartida era para ellos, los Rufinos de siempre.

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