Ruina y Malvada eran las jefas de una empresa de éxito. El
secreto de su rápido crecimiento era la forma en que adjudicaban tareas
y repartían beneficios. Utilizaban el sistema del embudo con el discurso de que
esta era la forma óptima para asegurar el futuro de la empresa que habían
levantado entre todos, trabajadores y jefatura. La puesta en escena de Ruina y Malvada
era brillante y la mentira su arma cotidiana. Ellas lo repartían todo
utilizando el fonil en un sentido o en otro según se repartiera trabajo o mérito.
Con el sueldo hacían lo mismo haciendo creer a los asalariados que todo se
compensaría en un futuro y que las palmaditas en la espalda, las escarapelas de "mejor empleado del mes" y el jabón de olor en el baño, eran suficiente para ser
felices. Los empleados se sentían ufanos de pertenecer a un negocio tan boyante
en el que podían presumir de salir en la prensa y de que sus jefas dieran
conferencias sobre “cómo ser más dejando a los demás con menos sin que se den
cuenta”. En una ocasión Ruina enfermó de algo que le dejó el cuerpo lleno de
unos lunares muy feos. Malvada recurrió al clásico método del reparto y con un
sacacorchos fue arrancando los lunares para, a continuación, repartirlos entre
los trabajadores y que todos sufriesen un poco de la enfermedad de su jefa para
que ella sufriera menos. Allí nadie entendió nada y Ruina quedó como un queso
gruyere. Cuando Ruina respiró por última vez, Malvada comprendió que en esta
ocasión no había funcionado el método del embudo y que quizás los repartos
debían haber sido siempre de otra forma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario