martes, 8 de agosto de 2017

Tránsito Guirnalda

Tránsito Guirnalda era la sexta hija de una inconmensurable familia de doce hermanos, tres tías solteras, una abuela, un padre y una madre. A ella casi nunca le llegaba el reparto de lo que fuese y por supuesto nunca le llegó nada de primera puesta, además había nacido feona con esa fealdad que le otorga el útero a la naturaleza cuando ya se cansa y envía un ser poco agraciado como protesta. Para sorpresa de cualquiera, la niña era bien sonriente y simpática, quizás como único recurso para ser feliz: «si los elementos estaban en contra, ella pondría de su parte para vencerlos». Entre sus amigas adoptó el mismo puesto que con la familia, el de “nada y nadie” pero eso sí, siempre dispuesta a reír de lo que fuese. Sus amigas la aceptaban como al bufón de la corte porque ellas eran altas y monísimas y ella un retaco con bigote, con un ojo que a veces se ponía en blanco sin avisar, frente estrecha, barbilla prognata y orejas para volar; pero les venía bien para que les sujetara los abrigos y los bolsos cuando ellas disfrutaban en el parque de atracciones o para mentir a sus padres y usarla de coartada para salir con sus pretendientes. Aún así, Tránsito era una muchacha feliz que no le pedía mucho a la vida. En su juventud logró emplearse en una droguería en la que disfrutó mucho de la mercancía porque la dueña quería experimentar con ella antes de ponerla a la venta. Así, por ejemplo, se le enderezó el ojo por un calambre que le dio cuando doña Hermelinda quiso iniciar con ella la depilación eléctrica, artilugio con el que le limpió la cara de todo vello innecesario. Tránsito mejoró mucho, aunque no del todo porque la niña adoraba el tocino de merienda y nunca consiguió adelgazar aquellos kilitos que le impedían caminar del brazo por la calle con quien fuera.

El tiempo pasó y Tránsito no cambió ni una milésima de su cuerpo y semblante. Por algún extraño sortilegio pasaban los años y ella se mantenía como una gordinfla, prognata y orejona de veinte años mientras que a su entorno si le pesaban los años. Sus amigas iban muriendo, sobretodo de envidia, y ella seguía tan lozana. Cuando cumplió cien años fue declarada “bien de interés nacional” y su caso fue objeto de estudio en todo el mundo. Así Tránsito pudo viajar y conocer a mucha gente que, para su sorpresa, la admiraba sobre todo por su simpatía inmortal. Tránsito llevaba tantos lustros en el mundo que alguien le brindó recomponerse y quitarse tonelaje, orejas voladoras y barbilla sobresaliente, ella aceptó por variar. El día que se puso frente a un espejo su sonrisa se nubló y su cuerpo envejeció y se convirtió en una uva pasa fácil de enterrar. Si Tránsito ya no podía seguir riéndose de si misma, ¿para qué seguir viviendo? 


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