Celedonio Níspero despertó con la necesidad de hacer de su
día, un día especial. Lo empezó descendiendo de su cama de dosel por los pies,
desayunando ensaladilla rusa y duchándose vestido. En vez de la barba, se
afeitó las axilas y en vez de camisa se puso un peto tirolés y unas sandalias
cangrejeras. De esta guisa se presentó al mundo que no pareció percibir su
presencia. Se paseó por la calle principal de su pequeña ciudad sin llamar la
atención y es que había varias personas que también habían recurrido al esperpento esa
mañana. La situación le decepcionó un poco así que la descartó y se procuró
otra: se presentaría en la playa como salvavidas voluntario por si algún
salvamento le otorgaba la fama soñada. Tampoco le sirvió; el mar se había
convertido en un plato desde hacía décadas y no se ahogaban ni los de tierra
adentro. Él quería que su día fuera especial y como el atuendo no parecía
ayudar, recurrió a la acción y se paseó en monociclo en calzoncillos; pero solo
provocó lástima. Trabajó como limpiabotas por si su simpatía le dispensaba el
reconocimiento de sus clientes, pero estos solo bajaban la vista para ver sus
zapatos y no la sonrisa ni la plática de Celedonio. Cansado de tanta intentona,
se recostó en un banco de piedra, de esos con volutas a modo de reposabrazos.
Su sueño era ser rey por un día, salir en el periódico y que la gente
mencionara su nombre “Celedonio Níspero” y pensó en cantar. Sí, eso haría, cogería su
acordeón y cantaría en el parque. Pero nadie, ni los viandantes del parque, se
acercó
a escucharle. Cambió de táctica, se vistió con un cuello cervantino y
declamó unos versos de su cosecha que había coleccionado toda su vida, sobre un
cajón de tomates de bola. Aquello pareció interesar a unos pocos y luego a más vecinos, llegó la prensa y la
televisión. Pero, ¿qué había recitado Celedonio para captar por fin la atención
de sus conciudadanos? Simplemente les había narrado historias, compuestas en
los momentos de felicidad máxima que lo habían sido para él y para la gente de
su isla. Se convirtió en el pregonero de las buenas noticias y del orgullo de
su tierra. Aquello sí que le convirtió en un ser especial. La colección de
buenas noticias que atesoraba en una caja de madera de tea de su abuelo, le dio
trabajo y notoriedad para el resto de su vida.©
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