sábado, 7 de abril de 2018

Las vicisitudes de Alfreda



Pues me han dicho que ahora soy mayor y yo sin darme cuenta; y es que me gustan las mismas cosas: reír con mis amigas y amar sin cortapisa. Cierto es que bebo menos, por la acidez, y hace años que no ceno más que verduras, por el insomnio; pero soy la misma, aunque más gorda, con arrugas y andares lentos. Sí soy yo, la de siempre, porque sigo enfrascada en el mañana y el ayer me da alas, como cuando era niña y quería ser actriz y viajar por todas partes. El pasado me ha regalado el asiento de la templanza y el mirador a mis sinrazones. No llevo arrepentimientos en los bolsillos de mi bata, solo algún lápiz para apuntar recuerdos que me hacen gracia. Los apunto en la libreta que me han atado a la silla de ruedas que llamo de calabaza. No me gusta esta atalaya que me transporta pero parece que si no, llego tarde a todas partes. Lo malo es que así no voy, me llevan.

Eso debe ser envejecer, dejar de ir, ser llevada.

No quiero eso, pero mis piernas mandan. Aquí tengo unas amigas que se quejan de casi todo, yo de nada, todo me gusta y si no, me lo callo. Hay un enfermero guapo que me traslada en el tiempo; me gusta mucho cuando llega y me coge de las manos «porque hay que andar», me dice, «si no se te anquilosa el alma, se sube un no se qué por los pies que te deja sin mirada».
¡Ay el alma! Esa no se ha envejecido, lo único que le pasa es que le encanta estar en la cama. Menos mal que yo sigo gobernando y la obligo a levantarse, a ponerme zapatillas y a mirar fotografías de las que dicen retratan mi vida.

Estoy empezando a olvidar y eso sí que huele a final. Mi alma comienza a mirarme de lado, como si se fuera a otra parte. Esto debe ser morir, sentir que el interior se esfuma.
Lástima mis omisiones, mis ausencias y errores. Menos mal que amé, si no ya estaría en otra parte. Y lo hice con tanta pasión y fuerza, que mi alma duda si irse o volver a algún abrazo de aquellos que el rumbo me atolondraron.
Quedémonos un rato más, le digo lisonjera, pero ella señala el calendario y me dice que ya es la hora. Los momentos, en días se han convertido, solo me queda esta tarde, no llego ni a la cena, ¡que pena ponían alcachofas y no acelgas!; mi alma insiste me coge por los hombros. Es la hora, ahora sí, lo que sea, aguarda.
….No se si aún es temprano, quizás deba encarar a mi alma, supongo que aún la manejo.
«Me quedo, alma mía. Voy a llamar a mis amigas para jugar a las cartas, voy a acercarme a la sombra del árbol y a esperar a que se le caigan las hojas, y luego esperaré a que salgan…Igual hasta vuelvo a besar labios en lugar de al viento…»
Mi alma, tranquila, se ha sentado en la mecedora, tapada con una manta. Mi dice que no me va a presionar que a ella también le gustan las tardes de merienda repletas de confidencias, e incluso los besos y las hojas cayendo.

Lo dicho, me quedo, ¿alguien me regala un beso? ©

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